Como cada primavera, el pueblo andaluz anda pidiendo escalera. Y cada primavera, el pueblo carmonense sube al madero del crucificado más antiguo de cuantos salen por las calles andaluzas, en días de Semana Santa, para escribir un nuevo episodio de historia. Una historia que se remonta a más de quinientos años, cuando el escultor Jorge Fernández Alemán tallara la imagen que ayer fue protagonista por vías y plazas del centro histórico de Carmona. Y en su sede eclesiástica, la más mudéjar y coqueta de la ciudad, la de San Felipe, y en la puerta de poniente, centenares de vecinos se dieron cita para contemplar "el milagro" anual de ver salir al Crucificado sobre andas, en una alarde de destreza costalera para salvar el remate pétreo de la clave.
Pero la clave del itinerar del Galileo en la cruz, no estuvo en las puertas monumentales de las iglesias por las que, a su paso, deja huellas permanentes de glorias y fe, sino en los soportales del callejero al que los viejos del lugar pusieron nombre común: Arquillo de San Felipe, de Las Panaderas, de la calle Vieja... donde aún la vida familiar marca latidos de antaño de la mano del abuelo que da el relevo a su nieto en paz y armonía.
El Señor de la Amargura y la Virgen del Mayor Dolor, titulares del barrio, caminaron cuesta arriba para rendir pleitesía a las vecinas más queridas de la comunidad: "Las que mecen a Dios en su rosario". Tras el encuentro, el sendero marcaba a lo lejos el templo de la Justicia, en el que aún resuenan las voces del pueblo por Ana Buza. A dos pasos, ya entrada la noche, las marchas procesionales seguían el protocolo oficial y daban paso al libre albedrío de los sentidos. En cada recoveco de callejuelas, el espectador daba rienda suelta al discurrir de las imágenes. Alguno, sin llegar a comprender el momento, hacía uso del móvil cual ladrón que les roba el instante sublime de contemplación única y directa de una obra de arte en la calle.
La Plaza de Arriba, repleta de nuevo, marcaba los tiempos de exaltación musical con decorado histórico inigualable. Mientras, allá abajo, en el tramo arrabalero de la cofradía, la ferviente juventud se recreaba en las rampas aledañas al Teatro Cerezo; un exponente más de los matices que adquiere la tradición, sin más postulados que los sentimientos y las pasiones.
De vuelta al recinto amurallado, el sosiego regresa al ambiente. El paso de palio entra triunfal bajo el arco romano a lo sones de la marcha "Virgen del Valle". La Amargura se engrandece al presentar nuevos perfiles ante la lonja de San Bartolomé camino de su templo. Sólo queda, nuestro último suspiro bajo el arco de la calle Vieja, aquella que se hacía laberinto aventurero del barrio, con horizonte en la tienda de las cuatro esquinas, entre olor a cuero de zapateros, a pan caldeal, en busca de aventuras corraleras camino del Cenicero. Bajo el artesonado mudejar de San Felipe, todo se cumplió en otro Lunes Santo. Ahí quedó.
Reportaje fotográfico: La Revista.