Hay efemérides que no pasan desaparcibidas para los amantes del arte en general, aspecto que en el ámbito cofrade no se valora en su gusta medida, pues se pone mayor énfasis en lo espiritual que en lo terrenal, cuando la influencia de éste último es consustancial con el primero. En un inciso en plena bulla, de la salida, ayer, de la Hermandad de la Expiración, vulgo de San Blas, recordamos que hace cuarenta años del fallecimiento del escultor que hizo posible el fervor y la pasión que Carmona desborda cada Martes Santo: Antonio Eslava Rubio.
El insigne vecino nacido en la calle Pedro I, del carmonense barrio de San Felipe, nos dejó una de las esculturas de mayor expresividad que pueden contemplarse en el ámbito imaginero andaluz, y cuyo rostro refleja una carga sentimental excepcionalidad y donde la gubia de Eslava llegó a tallar la úvula de la garganta del crucificado. Una efeméride que hoy, Miércoles Santo, tiene continuidad con otra obra magistral en la Hermandad del Descendimiento.
A escasos metros del arranque de la cofradía de San Blas, de nuevo surge el recuerdo para otro de los insignes imagineros carmonenses de renombre nacional: Francisco Buiza, cuya cerámica honorífica deja patente señal en su casa natal en el número 20 de la la calle San Teodomiro. Encuentros vitales de dos ilustres paisanos en Semana Santa.
Cuatro años sin salir del templo de San Blas, por la pandema y circunstancias meteorológicas, ha sido tiempo eterno para los hermanos de la cofradía que se distingue por el contraste del rojo y blanco. Pero ayer fue el desquite emocional de cuantos portaban la túnica. Primero frente al Humilladero, después por Santa Ana, a golpe sordo de tambor y chicotás de ensueño por San Juan Grande para entrar triunfante en San Pedro.
La Expiración siempre fue fuente de inspiración para toda clase de arte, cuando el paso de misterio afronta el intervalum de la Puerta de Sevilla. Este año no podía ser menos emotivo que tiempo atrás, por el que volaron recuerdos de ausentes en la cita entre los sillares romanos de la fortaleza. La Plaza de Arriba a tope, hasta en el tablao como novedoso palco popular, recibió a los titulares de San Blas con marchas de excelente factura ya al atardecer el día.
La gloria de la Judería tiene su magnificencia en la noche, cuando la Expiración culmina su razón de ser al subir por la Barbacana. Allí, cámaras de televisión y centenares de móviles recogían las escenas sublimes en el Postigo, con la luna en lo alto del torreón. Una saeta hace silenciar al gentío, mientras una petalada llueve sobre el palio de la Virgen de los Dolores en el muro de la barbacana alta. Y así, "poquito a poco va bajando camino de la plazuela", como dice la copla, para llegar al paraíso, donde Antonio Eslava le espera, cada Martes Santo, desde hace cuarenta años.
Reportaje: La Revista.