Vuelven los ecos de antaño, del Viernes Santo mañanero en Carmona, aquel que permanece en la memoria de gran parte de los carmonenses, cuando la familia al completo salía del caserío al mediodía para no volver hasta bien entrada la noche. Ayer, volvieron ecos, pero en clave distinta, tanto en los modos como en las formas; estética distinta para espectadores y para procesiones del siglo XXI.
Aquel Viernes Santo de trilogía urbana, de calle San Pedro, Alameda y Paseo, dio paso a nuevos argumentos sociales de carácter cofrade que trascienden más allá del ámbito religioso. Hoy, la trilogía se concentra en el centro histórico y sobre las andas de representaciones religiosas de tres corporaciones, que acaparan en este día la secular manifestación popular en la calle.
El primer soporte de la liturgia cofrade del actual Viernes Santo carmonense radica en el Salvador, de donde salió en hora clave para recoger la luz más potente del mediodía; de la que Carmona presume hasta en los caballetes de su más destacados pintores. Y con fondo de cal a raudales, el Cristo de los Desamparados puso guión y Gólgota en el callejero más antiguo de la ciudad. La reliquia histórica en un cortejo de negro luto y añejo paso tallado en caoba, que tantos recuerdos nos trae del Ecce Homo, fueron elementos muy significativos de la corporación que crece cada año.
Con esa misma luz, pero templada en la tarde, hacía la salida del templo de San Pedro, la Hermandad de la Humildad y Paciencia. En formación, y con vistoso uniforme de perfiles marineros, la Banda de Cornetas y Tambores "Amor y Sacrificio" de Lebrija, puso potentes sones musicales con la interpretación de "Amor", mientras el paso de cristo en su primera chicotá reviraba hacia la muralla entre un mar de túnicas blancas y cartageneras.
Cuando el paso de la Humildad, llegaba a la Plaza del Palenque, la Virgen de los Dolores, abría camino bajo la torre giraldilla. Arriba en lo más alto, la obra de Berraquero apuntaba hacia levante como recuerdo a su Isla de León. Bajo la mirada de San Juan Grande, los costaleros del palio realizaron una levantá que no se recuerda en muchos años. Tras la ovación del público, sonó el "Ave Maria" de Caccini, que marcó un tramo excepcional hasta los cipreses de la Puerta de Sevilla. Hacia la prioral y de recogida, San Pedro nos trasladó al Viernes Santo de antaño, pero bajo luces de farol.
Sin tiempo para nada más que cambiar de acera, los fieles de Nuestro Padre esperan en la lonja de San Bartolomé en busca del encuadre en la rampa que funde andas de lustrosa modernidad y remate de chapitel. La torre, que el letrista versara como "aquella que se asoma con perfiles de señora, desafiando a la muralla", puso silencio al Silencio al asomar el Señor de Carmona entre cruces de Jerusalen. Las otras cruces, las de las hermanas del madero, no se retrasaron en la cita anual junto al Alcázar. No hizo falta sol por la calle de Sol, porque la luz nocturna estaba en el palio de la Virgen de los Dolores y en el interior de la prioral. El clásico andar de los titulares por Plazarriba, hacia el Palenque, dejó patente la maestría de capataces y contraguías para llevar, con estilo propio, a ambas imágenes a los altares de su templo.
Reportaje: La Revista. / Miguel Angel López