El luto volvió a Santa Ana, aquel edificio que fuese convento de Santo Domingo para, con el paso de los años, terminar abandonado y desmantelado, hasta que la Hermandad del Santo Entierro le diera nueva vida al templo y la tuviese como casa. Ayer, algunos de aquellos jóvenes fundadores, se acercaron a los muros conventuales para sentir algo más que añoranza. Todo lo resumió la cruz de guía al llegar a la puerta del hoy grandioso Centro Cultural: el nazareno portador de la misma la giró hacia el pórtico y la puso de frente. Fueron dos segundos, eternos, con música de capilla fúnebre para certificar el emotivo reencuentro.
Si el inmueble de San Ana es historia del arte, los titulares del Santo Entierro, el Cristo Yacente y la Virgen de la Soledad, lo son también con el plus de, además de su admiración estética, tener el carácter devocional para los creyentes. Y si se quiere ampliar el valor de lo espiritual, le añadimos el valor de lo popular; arte salido del pueblo, de las manos de un escultor imaginero carmonense, nacido en el cercano barrio de San Blas: Francisco Buiza.
Así, el Sábado Santo de Carmona, hay que narrarlo con esas claves. Cien años hace del nacimiento de Buiza, y cincuenta cuando entregara el boceto en escayola del Cristo, en un acto de convivencia familiar cuyo recuerdo permanece en la memoria e imagen única de archivo. Desde aquel año, el misterio del Santo Entierro fue creciendo en esplendor en porte y elegancia. Soledad, Nicodemo, José de Arimatea... biblia narrada para un pasaje que tiene como centro el corpulento cadaver del Nazareno en el que aún se atisban perfiles de vida en su anatomía con una impresionante policromía.
Nos fuimos a verlo al Raso de Santa Ana, aquel último enclave sepulcral cruce de caminos para tantos carmonenses que, a hombros, bajaron para descansar en paz en el camposanto. Un cruce solitario y triste en el recuerdo, cuya referencia industrial al salir de Carmona estaba en la marmolería, donde se fraguó en parte la Hermandad del Santo Entierro. Y la cruz de guía de taracea bajó por la renovada calle solitaria para dar testimonio en el lugar.
Las representaciones de Hermandades y Cofradías carmonenses ocuparon su lugar, como referencia corporativa portando bacalaos, haciendo de antesala de un funeral que andaba con parsimonia sobre el estrenado adoquinado. Insignias y estandartes precedieron a las embajadas cofrades antes de la revirá que asomó el misterio frente al pórtico de Santa Ana. Su lugar no estaba allí, ni en la monumental tumba romana de la Necrópolis como recreara el artista en cartel de lujo. Así que, escoltado por sus hermanos mayores, el Yacente y la Soledad de Buiza, a sones de la marcha "Siervos de Dolores" buscaron el Angostillo para regresar a su actual paraíso, bajo las bóvedas de San Bartolomé, la casa del Padre.
Reportaje La Revista.