La Feria de Carmona desplaza cada año sus horas de plena actividad hacia un escenario nocturno que pudiera acentuarse en el futuro de continuar la tendencia que se viene observando en las últimas ediciones. El tramo ferial, desde la portada al Paseo del Carmen, nos sirve de termómetro festivo en distintos horarios. No hace falta auscultar el campamento de plásticos para conocer la temperatura ambiente del Real; el personal de hostelería, que asoma de la casetas, se pregunta con rotundidad: "¿Esto es la Feria de Carmona, o un desierto". Eran las cinco de la tarde. Y lleva razón, porque, ayer, era precisamente el día grande, el de fiesta local... y no lo parecía. Había más vendedores que visitantes.
Curiosamente, del altavoz de una de las casetas, la música y letra Andy y Lucas ponían acompañamiento:
"Para que bailes conmigo
y no te sientas tan sola
Para que exista en tus días
muchas más luces que sombras..."
A lo largo del Paseo, hasta el tablao, contamos cuatro caballos y dos carruajes; escasa representación hípica para una ciudad con marca de ganadería caballar, escuelas ecuestres y competiciones nacionales. Algo está cambiando, o algo falla en el difícil equilibrio entre las costumbres populares y la realidad social. Tal vez, una de las claves de este desfase esté en el poder adquisitivo del carmonense, es decir, lo se dispone en el bolsillo para los cuatro días de feria.
Como es tema para expertos en economía, tan sólo aportamos apuntes de las pizarras de cuatro casetas de diferente estracto social y envergadura. Hacemos una media y nos sale la siguiente operación doméstica del gasto en la jornada para una familia compuesta de cuatro miembros (dos adultos y dos niños) . Así, con un menú compuesto de: tortilla, plato de jamón, variado de pescaito, cervezas, refrescos y media de manzanilla, la cuenta se nos va a 90 euros. Nada de extras, ni de sofisticadas marcas, aunque se pude llegar a degustar hasta Champagne Moet Chandon a 80 euros la botella.
Si a un primer pase por la Calle del Infierno con los más pequeños, supone en la cuenta familiar 40 euros mínimo, y le añadimos los extras de barracas, golosinas y la convidá al compadre, resulta que los 200 euros vuelan antes de que se enciendan las luces. Cubatas y guisquis, no entran en el estudio.
Pero la feria es la feria, con o sin din. Hay que vivirla, porque te da respuesta para todo, desde el interior de las casetas, al compás de una sevillana:
"Pasa la vida
Y no has notado que has vivido cuando pasa la vida
Y no has notado que has vivido cuando pasa la vida"
Y del desierto del día, al oasis de la noche con un sin fin de contrastes que hacen de la Feria su razón de ser, con todos los ingredientes que cada feriante le aporta. Trajes de flamencas junto a chaquetas de prét a porté; tablao y discoteca; turrones y buñuelos; políticos y adláteres; inmigrantes y no nacionalizados; hierba de estanco, de contrabando y otras de mayor rango... Y camino del fuste, apuramos una chocolatada a ritmo de reguetón, para desembocar en la rotonda y rendir un año más pleitesía a la Carmo, aquella romana que lució su túnica con volantes y remató peineta popular entre sus cabellos.
Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba.
Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba.
Qué noche. Me fui camino de Sancti Petri... digo, de San Pedro. Aunque no me acuerdo si al final me llevó la Gamberra. Ahí está: si bebes, ni se te ocurra ponerte al volante... ni de los coches locos.
Mañana será otro día más, o, menos.
Reportaje: La Revista