EL MATACÁN: Silencio en la plaza

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Silencio en la plaza


     Dicen los entendidos en tauromaquia que los silencios en la plaza tienen significados contrapuestos: o se ha ejecutado una faena de postín, o simplemente no ha ocurrido nada que destacar de la misma. En ambas, se rubrica que el silencio es señal de respeto. A falta de plaza de toros en Carmona, salvo tentadero del escarpe, tomamos como referencia de plaza tanto, al pueblo en sí, de manera general, como al lugar con nombre de rey santo, Fernando, más conocido como Plaza de Arriba (el lugar, no el soberano), y al que de manera personal denomino la Plazarriba, por aquello de fidelidad al lenguaje popular andalú, tan reivindicado en los últimos tiempos. No hace falta contratar a consultora de investigación social alguna para aseverar que, si un carmonense dice que va a la plaza, se refiere a la de la que hablamos, no a la de España (antigua de toros) y se da por hecho que el destino tiene configuración circular, con farola central de forja centenaria.


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     El silencio de la plaza como urbe se hace notar por estas fechas y sin reparos, por aquello de las calores y el despoblamiento hacia “chaleres”, parcelas, playas, apartamentos…  Tampoco hace falta consultora para confirmar la bajada de decibelios en todo el triángulo de las bermudas (prenda, no islas) con vértices en Matahaca, Huerta Sancha y el Paralejo. Si a estos condicionantes, le añadimos la llegada de la primera ola (de calor, no de agua) el índice alcanza cotas de mudez callejera, hasta tal punto que los golpes de badajos de la nómina de campanarios llegan a molestar, y  no digamos cuando el tolón cercano suena a difunto. En este caso, y nunca mejor dicho, el silencio se hace sepulcral.


IMG 20230205 121414  Hay, sin embargo, escenarios en nuestra plaza, sobre todo en la amurallada, cuya cualidad va más allá de la ausencia de voces y sonidos. Son nuestras plazuelas, a las que los académicos definen como diminutivos. El Higueral, Lasso, Santiago, Romera, San José, Saltillo… tan diminutivas como silenciosas, como la nota musical del pentagrama que no se ejecuta, pero que tiene la misma validez compositiva. Son la pausa necesaria en el trasiego diario cuya necesidad pasa por dejarlas tal y como fueron concebidas, libres de todo elemento artificial y con la única sinfonía permanente de los compases estacionales que dirige la Naturaleza.


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   La señorial Plazarriba también se deja sentir en sus niveles acústicos, a pesar del chovinismo oficial y la fiebre turística del presente que le mantiene el rango protocolario de “el corazón de la vida cotidiana de Carmona”. Qué más quisiera, la eterna encrucijada del callejero romano, de seguir latiendo con impulso histórico para suministrar vida al resto de la urbe. Por mucha batalla puntual que planteen los nuevos conquistadores con munición de veladores y apoyacodos, jamás alcanzarán los perfiles y la atmósfera de antaño. Una mañana de guerrillas con estruendos de cargas, descargas, tráfico, trincheras, avanzadillas, ocupación de terrenos… da paso a la paz del atardecer. Llega el reencuentro con el silencio de la plaza, aquella que fue escenario absoluto y, como no, también coso taurino. No hay faena de postín y nada que destacar. La actualidad se centra en la bancada de barrera y sombra donde la eterna juventud dirime sobre el ser o no ser. Sin voces de infantes, la única algarabía llega de entre los árboles a modo de concierto y silencios naturales. Carmona hace mutis por el foro. Mañana será otro día, con reclamo magno: Gaudeamus.

  

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