Hay pocos acontecimientos populares en Carmona tan significativos como las salidas extraordinarias de la Virgen de Gracia, patrona de la ciudad. Para unos, la excepcionalidad supone un incentivo añadido en la espiritualidad o creencia religiosa personal; para otros, un festivo propicio para compartir convivencia vecinal y familiar; y para los no adscritos, ni a lo uno ni a lo otro, un día más de descanso dominical.
Al margen de interioridades, exterioridades y niveles agnósticos, de lo que no hay duda es que la jornada como la de mañana, es hito histórico para el pueblo; entendido como elemento humano de un lugar, en nuestro caso: Carmona. La clave de esta singularidad local es la intermitencia del evento en la calle que, al producirse con tanto espacio de tiempo, nos muestra en los registros la propia evolución del territorio y sus habitantes.
Desde aquel primer dibujo de una vista de Carmona, realizada por Antón Van den Wyngaerde en el s-XVI, pasando por los pioneros profesionales retratistas decimonónicos, como Pinzón, hasta las contemporáneas cámaras fotográficas aficionadas como la de Juan Rodríguez, entre otras … y en la actualidad con los sofisticadas digitales y drones, la fototeca relacionada con la ciudad alcanza valores auténticos de relevancia, entre ellos los relacionados con las salidas de la Virgen de Gracia; un registro popular incalculable. Sólo con echar un vistazo a los numerosos álbumes fotográficos de referencia de los últimos cien años podemos contemplar la evolución urbana de Carmona y su gente. Gracia sigue siendo la misma. Su pueblo, no.
El hecho de aglutinarse el gentío alrededor de las andas de la patrona, ya sea como protagonista portador de creencias, ya sea como mero espectador en la acera, deja en el espíritu carmonense profunda huella generacional. Y en esa sucesión de fotogramas del pueblo llano, se le sube a uno el índice evocador y ponen a flor de piel argumentos del paisaje y paisanaje más cercano. Gracia, alzada sobre la muchedumbre, se abre paso ante una muralla desprovista del caserío que ahogaba la monumental Puerta de Sevilla. Por delante, una guardia pretoriana de mujeres exhibe sus mejores galas y novedosa estética.
Como contrapunto, el disparador, que no entiende de clases sociales y poder terrenal, capta en primer plano a una anciana cuyo único bagaje es la sencillez en su rostro curtido y vestimenta hogareña. Por el foro, el tricornio y el salacot ponen firma autoritaria y orden uniformado. La chiquillería fluye de un extremo al otro de un Paseo que muere y resucita cada siglo, mientras las miradas infantiles ponen ojo avizor sobre una canasta de dulces que el vendedor ambulante ofrece para la ocasión. La ola humana de trajes y corbatas se presta relevante a pujar en preferencia bajo el trono de Gracia.
El alma de Carmona se retrata en cada esquina, casi en silencio, con los únicos vítores que exhalan los campanarios. El pueblo le habla de tú a tú a su patrona, como una vecina más que vuelve, o llega por primera vez, de visita al barrio. El alma carmonense muestra en días tan especiales su grandeza como pueblo. Para el creyente, para el agnóstico, para el solidario, para el rebelde, para el oprimido, para el ostentoso, para el opulento, para el humilde… Gracia es vecina bienvenida, sin más protocolo y oración que: Pase usted señora, está en su casa.