Ni la atmósfera, ni el ambiente, son lo mismo en día soleado que gris, sobre todo, cuando se va de visita a la ciudad de los difuntos el Día de Todos los Santos, víspera del de los Fieles Difuntos, valga la redundancia. Porque el blanco de la cal, o de la pintura -más en uso ésta que aquella- resplandece entre sus muros con los rayos solares y transforma el escenario lúgubre en espacio más llevadero para los sentimientos, aunque sea por una vez al año. Y así ocurre en cada cita anual. La de este año toca de tonos grises ceniza, de nublado y colores apagados, muy distinto a la del pasado que fue de brillante luminosidad.
Sin embargo, los actores no cambian, ni tampoco el guion del repertorio en un enclave secular próximo a otro de vestigios históricos funerarios de época tartésica. Uno junto al otro: la necrópolis de la Cruz del Negro y la de San Teodomiro. Ambas son necrópolis, aunque la primera pasa desapercibida por el personal, por el desconocimiento general, mientras que la segunda apunta decadencia ante los nuevos ritos funerarios, curiosamente, aquellos que se practicaron en el mismo lugar siglos a. C.
Hoy toca visita a la más próxima en el tiempo, la que se construyó en la Cañada de las Cabras, hace más de cincuenta años, tras la clausura del camposanto de Santa Ana, donde todavía quedan huéspedes bajo el subsuelo. Poco ha cambiado desde entonces el cementerio en honor al santo protector de Carmona. Su acceso central se hace más austero con la línea actual de cipreses, en la que se echan de menos los arriates de espléndidos rosales que hace décadas escoltaban camino al visitante. Su portada mantiene la austeridad y estilo ornamental de una época gris, como la mañana. Arriba, impertérrito, el guarda canino languidece como antítesis del mitológico Cerbero. Abajo, la alegoría se hace sueño; un sueño que se ofrece con atractivo panel de la ONCE. Suerte.
La antesala de la necrópolis cumple con su designio comercial y administrativo; puesto de flores y puesto de control y mando. En el primero, la clientela conserva los cánones floristas de claveles, rosas y alguna incursión tropical; mientras en el segundo, los vetustos libros de asientos facilitan la localización de familiares. La amabilidad y profesionalidad en ambos merecen elogios exclusivos. La vía central, con rotonda incluida, distribuye calles a diestro y siniestro con rótulos de santos y números identificativos. El despliegue de limpieza y ornamentación aborda cada cuartelada. Los útiles de faena se dejan ver a cada paso, desde el pavimento hasta escaleras arriba.
Las escenas se suceden con rigor sombrío, de forma colectiva o en soledad. Profundas miradas a la lápida, al panteón… para continuar por un deambular entre nombres, fechas, imágenes, esculturas y paredes ajardinadas. Los huecos que dejan los nichos vacíos hacen el paisaje más melancólico. Algunos visitantes lo manifiestan con lógica reflexión, porque es posible renovar espacios con delicadeza, sin necesidad de grandes inversiones. De momento, la transformación del camposanto va en consonancia con el actual rito funerario de la incineración, por ello, los columbarios, ya en construcción, toman relevo a los nichos. El futuro de la ciudad de los difuntos aún está por escribir. San Teodomiro y Hades comparten almas; las de Carmona.
Reportaje: La Revista.