Carmona vivió ayer el preámbulo de las fiestas navideñas con un primer acto de entrañable popularidad con la muestra y venta de dulces que las monjas de la comunidad del convento de Santa Clara dispusieron un año más en el patio de su casa: uno de los monumentos más emblemáticos de Carmona. Así, a media mañana y con un halo atmósférico invernal, donde no faltó ni la niebla sobre la espadaña, numerosos grupos de visitantes discurrían por la primeras estancias del edificio para adentrarse hacia el patio del claustro y pasar revista a las tentadoras mesas que ofrecían lo mejor del obrador de las clarisas.
No es encuentro novedoso, como podría parecer, ante el auge actual de exposiciones de dulces conventuales por la geografía andaluza. Santa Clara lleva dieciseis años abriendo las puertas del convento y de la Navidad carmonense, y cada vez con mayor éxito, no sólo por el escenario sino por la calidad de los productos: tortas, bizcochos, magdalenas, palmeras, hojaldres, tocinos de cielo... Todo un cielo de lujuria pastelera para paladares que buscan el reencuentro con sabores añejos, como los que atesoran los fogones de las clarisas carmonenses.
Sor Verónica hace de anfitriona entre el ir y venir de visitantes, vecinos y turistas, y atiende a La Revista. Su acento, casi melodioso, de ultramar, apunta con peculiar gracejo: "Gracias a Dios, hay mucha gente, estamos vendiendo bastante". Son más de veinte variedades las que elaboramos con recetas tradicionales, algunas muy antiguas". Además señala que no sólo la venta de dulces de Santa Clara se circunscribe a esta jornada, sino que también a diario se pueden adquirir en un despacho antesala del convento, donde se pueden realizar pedidos específicos. Y una aclaración de interés: "Todo está reflejado en página web".
En total, son catorce religiosas las que componen actualmente la comunidad de la clarisas carmonenses, mantenadoras de un convento que vive de un obrador en el que la sonrisa de sus religiosas trabajadoras nunca falta.
La exposición y venta de los productos del convento tiene una aliada especial en forma de solidaridad con nombre propio: La Hermandad de la Esperanza. Miembros de la misma, llevan a cabo, para la ocasión, las tareas de logística y montaje del material expositivo, además de ocupar responsabilidades control de envasado y caja. Ante ella, la cola aumentaba a lo largo de la mañana, con incesante fluido trasiego que no cesaba bajo los pórticos y galerías del claustro, donde algunos clientes mostraban sin recato su predilección y carga dulcera.
También se hacían notar grupos de turistas ajenos al ajetreo confitero, cuya presencia dejaba patente el interés por conocer la riqueza monumental de Santa Clara. Decenas de detalles alrededor de un patio de alfombra barrera, presidido por su pozo, aljibes y, arriba en lo alto, el nido de las cigüeñas como puesto de centinela y confidente de una torre mirador excepcional.