EL MATACÁN: De fiesta en fiesta

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De fiesta en fiesta


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     Seguimos de fiesta. Pues que siga mientras el cuerpo aguante. Y el bolsillo. Ya tocamos fondo y aún queda la llegada de SS.MM. A ver si echo mi carta a Correos, que es más fiable y entrañable que entregarla a los prolíficos carteros y heraldos reales; nuevas profesiones que, aunque muy temporales, se han puesto de moda por cercanías. Tampoco es que pida mucho: Salud y lo que venga, que vamos bien. Lo de la cuesta de enero vendrá después; todo un suplicio cual escalada al Angliru. Menos mal que nos coge lejos, aunque también La Garrapata tiene su mijita de guasa. Sea cual sea el alto a subir, lo de estas fiestas es todo un derroche se mire por donde se mire. Como alivio, la disposición de ese invento bancario en forma de tarjeta de visita con la que gastamos sin darnos cuenta de cómo va la cuenta, hasta que te llega el aviso de gastos. Y pa que te cuento, por muchas vueltas que le des, repases y requeterrepases, los números no fallan, ni con bizum, ni sin bizum. Vamos que te quedas pelao y con cara emérita de safari.


Saturnales              La misma cara se me puso cuando leí, hace dos días en estas páginas, lo del teleférico de la Puerta de Córdoba. Vaya tela la inocente cuchufleta de los chavales de la Redacción que ha sobrepasado límites comarcales y, según fuentes bien informadas, ha conseguido un nuevo record de audiencia nacional de La Revista. Hasta se comenta en círculos políticos su irrupción cómica en el Senado. De todas maneras, el asunto no ha pasado de chilindrina casera; una costumbre periodística en franco desuso muy nuestra y que compite, una vez al año, con las chacotas diarias de personajes públicos de todos los colores. Elija periódico, canal, perfil… y se dará cuenta de esta tragicomedia que nos ha tocado vivir en directo.


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     En la recta final de las fiestas también resulta burlesco comprobar cómo va la despensa y el frigorífico. Tras la primera avalancha en Mercadona, Lidl y Aldi -por orden de ventas-, a estas alturas, el táper casero asoma de nuevo en la mesa cual menú perpetuo. De la paletilla, mejor no hablar. De aquella silueta ibérica sobre el jamonero que irradiaba amores serranos hace una semana, queda un tétrico pernil en forma de U cuyo hueso deja ver los estragos de malos cortes y alguna dentellada asesina. Del marisco, le cuento que sigue el mismo camino. Como los langostinos tigres de Ecuador, de los que quedan todavía dos cajas, y nadie les mete mano. Se nota que algunos han perdido las rayas por el camino y no hay manera de recuperarles el vestuario. Lo mismo pasa con los polvorones. El estuche de cinco kilos, con papeleta de rifa incluida, aún no se ha estrenado. Lástima que no admitan devoluciones.     


Ppp

     La verdad sea dicha: estos festejos tienen muchos detractores. Se empiezan bien, con la zambomba y se terminan regular con el carbón real. No sé si a usted le pasa lo mismo, pero lo peor que llevo es el no saber en qué día estamos. Si es sábado, domingo, lunes… festivo. Tengo que consultar el almanaque todas las mañanas, y aún, así, surgen dudas. De momento, sé que hemos empezado el año nuevo. No se escucha ni un alma en la calle. Todo en silencio tras una noche embriagadora. A duras penas, atisbo los números del calendario… No, no puede ser… Vienen otros dos seguidos en rojo. Sálvese el que pueda. Ya mismo cojo el teleférico y me voy de retiro a la Cueva de la Batida, volando. Volando voy, voy, volando vengo, vengo.


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