Ganas tenía Sancho de volver a la villa de Carmona tras la última visita propiciada por Maese Tintitos. Hace deste acontecer casi dos años, cuando por estos lares se fraguaban contiendas de poderes de los que resultó victorioso Xoán de Ávila y Arenas. Daquella lid, plúgome decirle que la mugier de armas tomar, Isabel de Montaño, rogó presto de jubilare júbilo el abandonar campo de batalla, mientras que, en cercana acampada, la apasionada Isabel de Ballesteros quedaba como romance de una despedida más próxima que lejana, como atisban nigromantes de la fortaleza de Enmedio. Al margen de tales vicisitudes, no exentas de alabanzas por tan atrevida cruzada, Alonso accedió al antojo del fiel gobernador de Barataria y dispuso pica al frente por el camino de Chamorritos.
Con Carmona en lontananza, no tardó el hidalgo caballero en quedar patidifuso ante la visión de tan extraño lugar, aquel que, desde el nacimiento de Briareo, fue paraíso de olivares. Con los ojos desencajados y mirada tremebunda, observó cómo centenares de láminas vidriosas alcanzaban un horizonte por el que antaño discurría, en cercanía, el arroyo de Santiche. El recuerdo, no tan lejano de existencia, ofrecía rescoldos de unos márgenes donde nunca faltaron lechones, novillos y cabras; plantel de magnificencia para una fiesta pantagruélica. Enfurecido por lo que creyó espejos dispuestos por Frestón, picó raudo espuelas y se lanzó sin más cerebro que lanza y adarga contra tan certera visión deslumbrante. Alonso, rocín y arneses viéronse colgados arriba cual jubón en tendedero. A voz en grito, Sancho, con ayuda de un pastor que deambulaba cercano entre churras y merinas, logró rescatar a su señor de tan extraños artefactos reflectantes.
Repuestos ya del trance combativo, conocieron de boca del rabadán que aquel territorio circundante y hasta superada las lomas del Corbones habían proliferado campos como el que pisaban. Advertidos de los escasos recursos propicios a la aventura, les apuntó enderezar destino por el Arrecife Viejo, al fin de evitar nuevas granjas y alambradas circundantes, propiedades atribuidas al ambicioso duque de Endesa, del que dicen es alcabalero mayor tras la compra de voluntades y fanegas de tierra de sembradura a hidalgos de cuatro cepas y dos yugadas, en aras para revender a corsarios de lejanos países. También conocieron que tal engañifa llega al extremo de bautizar alquerías de cristales con nombres tan atractivos como Dulcinea en la vereda de Cantillana.
Alonso saltó como un resorte tras oír la infamia del secuestro in nómine de su amada del Toboso y decidió partir raudo en busca de xusticia en Carmona. No fue posible, al verse inmersos en un silencioso laberinto de espejos, en el que no avistaron resquicio alguno de cernícalos, halcones, mochuelos, jinetas, comadrejas, perdices y conejos para galgo corredor.
Próximos a la casilla de Cuatro Caminos, por Entrearroyos, ensordecedores ruidos de veloces maquinarias monstruosas, propiciaron la estampida dual de Rocinante y Rucio. A la espera del rescate y tras aviso al alcayde de la pérdida de ambas caballerías, Quijano y Sancho recibieron, una vez más, el auxilio de Maese Tintitos, insigne prior de la Orden Tabernaria. En tertulia de mesa y mantel, desde el mesón de La Reja, las carcajadas, cuchufletas y romanceros del ingenioso trio llegaban a modo de galanteo hasta los ventanucos del noviciado de enfrente, en vísperas de carnestolendas.