Me comentan compañeros de visillo y camilla -alguno de torrija permanente- que en estas últimas semanas está lloviendo como antiguamente, y llevan toda la razón. Parece como si la máquina del tiempo hubiese retrocedido décadas en cuanto a temporales. Los recuerdos están ahí; unos para bien y otros para mal, por lo que no está de más, como dicen los expertos en la materia, ejercitar sobre los mismos por ser beneficio a nivel psicológico. Desde Cicerón a Einstein, por poner ejemplo, podríamos relacionar centenares de pensamientos al respecto, pero no es el momento de recostarse sobre el canapé, sino más bien el degustar los canapés hogareños que por estas fechas cuaresmales fueron siempre tentaciones de diablo culinario. Lo de la vigilia –entiéndase como ayuno o abstinencia- parece que ha perdido peso, y sin embargo lo ha ganado en la báscula. No hay nada más que ver el auge de los productos farmacéuticos para la obesidad y la proliferación de gimnasios.
A falta de coach profesional, en la tertulia decana disfrutamos, entre borrasca y borrasca, con la presencia de la personalidad inconfundible de la Cruzcampo, a pesar del intento neerlandés de confundirla en verde con una tal Heineken. Como no podía ser de otra manera, el muy recurrente y asequible don Simón sigue siendo el rey camillero, ora en el verano, ora en el resto de estaciones. Ya en plan sibarita, hay algún tertuliano –castigado con aranceles- que se decanta por el acompañamiento del asesor escocés White Label, cuya observancia va in crescendo con la edad y el hígado graso. Bajo este trípode sostenible del beber responsable hay unanimidad respecto a las viandas con base en denominación de origen: España. No se trata de incorporar nacionalismos mal entendidos, sino de confirmar de manera activa que nuestros manjares, cuanto más cercanos, no tienen competencia internacional en la mesa.
Sin ir más lejos, aprovechando el paso de los últimos frentes borrascosos de nombres tan sutiles en los mapas y con tan mala leche sobre el terreno, hemos discutido, dando meneo con la badila, en la repercusión de la nueva guerra arancelaria que se avecina. La conclusión ha sido la de llenar el carrito de la compra sólo y exclusivamente de productos de Hispania, de las islas afortunadas, las de menos fortuna y, si es posible, andaluces. Así que se acabó el comprar alcachofas y espárragos del Perú, calamares de la India, nueces de California, espárragos de China, judías de Marruecos, uvas de Sudáfrica, piñas de Costa Rica… Ya está bien de hacer el canelo, mientras en Plazabastos la resistencia ofrece los mejores frutos de la huerta de Carmona con un par de cajones.
Puestos a hacer penitencia por el abandono de lo más nuestro, abordamos con toda la fe del mundo en estos días, las espinacas con garbanzos, las alboronías, las tagarninas, los alcauciles, los rábanos, las coliflores, las sopas de tomate… Entre triduo y chaparrón no faltarán en la mesa camilla, además de las entrañables torrijas, las princesitas, los merengues, los borrachitos y algún que otro antojo del obispo, por aquello de la fidelidad eclesiástica. El remate final del localismo ultra se hará sentir aunque truene, ventee o relampaguee: la colección completa de la destilería sita en el escarpe Sur, aquella que nació bajo la mirada etiquetada de tres hermanos con carita de cuaresma y que dio lugar a licores de exportación mundial. Todo un milagro comercial.