Arcos de lluvia y sol para Jesús Despojado

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Arcos de lluvia y sol para Jesús Despojado


   Si la pasión es un sentimiento, el sábado vivido ayer en Carmona se hizo mayúsculo de Pasión en cánones cofrades. Una asociación ciudadana, la de 'Jesús Despojado', protagonizó un capítulo histórico en los cantares del pueblo andaluz, del pueblo sevillano, del pueblo carmonense. Pero vayamos por partes. Los hechos no estaban en un guión preestablecido, propios de documentales propagandísticos del poder, sea civil o eclesiático, sino de la fugaz conjunción -vaya usted a saber- de lo natural y lo humano. La Revista estuvo allí para certificar, en crónica, lo acontecido sin más boato que el laurel del periodismo libre e independiente. 

   Así con lastre bimilenario, a la hora sexta, poníamos prólogo a la jornada en las puertas de una nave industrial, en las que un paso de Semana Santa era admirado por numerosos espectadores: creyentes, no creyentes, políticos, apolíticos, neogladiadores,  artesanos... El misterio merecía mejor acomodo, tanto en lo artístico como en lo espiritual, pero eso es harina de otro costal. Como prólogo dos protagonistas:


Entrevista


Próximo a la duodécima hora judía, el cortejo del Despojado llegaba al viario más cercano a la santidad. Su nombre popular es la calle del Caño, aunque de manera oficial figura en el nomencaltor como calle San Juan Grande. Y por allí, nos encontramos de frente con una insignia sencilla, que llaman cruz de guia, para a continuación contemplar la entrada del paso en la corriente arrabalera.


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Y la tarde se hizo plomiza, barruntando negros nubarrones, mientras sonaban marchas de exaltación  a cargo de una banda con reminincencias beneméritas con nombre muy carmonense, pero algo lejanas  en su procedencia: Virgen de Gracia de Archidona. De gala, con acéptico rostro marcial, entre la generalidad de sus componentes, la onda soldadesca de ambos sexos, nos llevó junto a la casa natal de Juan Pecador, el gran desconocido seguidor del Despojado que se dedicó cuidar de los pobres y los enfermos.



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Entre naranjos, aquel que anduvo en la mar  se dejó llevar por la marea de fuerza costalera  para entrar triunfante en el popular Angostillo, donde las nubes avisaron de su potencial y dejaron caer las primeras gotas de lluvia para aliviar pesadumbres. Casi no dio tiempo a rendir pleitesía bajo la Giraldilla. Ya habrá tiempo para ello. La importancia del momento era poner cobijo y evitar deterioros al grupo escultórico de estreno. Y así fue. La Puerta de Sevilla sirvió de cúpula protectora para una escena coetánea con su tiempo.


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El arco de poniente sirvió de bóveda para el Despojado. El aguacero arreciaba con contundencia. Todo parecía indicar que la Naturaleza forzaba una marcha atrás, como si pusiese trabas a la entrada en la ciudadela. Impertérritos, los seguidores incondicionales del Galileo aguantaban la tormenta. Minutos interminables de lluvia crearon un ambiente crispado, pero a la vez sosegado, ante las posibles opciones a tomar. Desde el intervalum, la claridad del cielo despejó incognitas y propició la unanimidad. Adelante. Antes de llegar al segundo arco, el de levante,  los autenticos sillares romanos recibieron un sol resplandeciente que iluminó con creces la entrada triunfal del Despojado, a los sones del 'Oh, pecador'. 


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