Abrid las puertas de Santa Ana

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Abrid las puertas de Santa Ana 


La Semana Santa de Carmona podrá tener todos los reconocimientos institucionales que se les quiera dar, pero el mayor, que nunca perderá y está por encima de todo, es el que nace del pueblo llano y sencillo, sin más ambajes que el de sus raíces. Ayer, la obra yacente de Buiza, volvía otro año más, cincuenta para ser exactos, a su cuna de origen, a Santa Ana, donde miles de carmonenses se despedían para siempre de los suyos en el camposanto municipal,  hasta hace otros cincuenta años, cuando la capilla del Dulce Nombre fue cedida por el Ayuntamiento para la entonces recién fundada hermandad del Santo Entierro. 


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Suenan tambores desde la Plazuela del Higueral,  camino abajo del Humilladero, por el Raso de Santa Ana. Suenan a honores militares; extraña percusión, cuando el duelo tiene como cadáver al más laureado pacifista de todos los tiempos. Tras el grupo escultórico sobre un paso de excesiva grandiosidad aurífera, algunos de los fundadores de la corporación, siguen en pie tras su huella. Y por terrenos de entierros, funerales y mármoles eternos, la saeta marcó los tiempos antes de doblar la esquina del reencuentro.


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Santa Ana ya no es ermita, ni convento, ni iglesia, ni capilla. Hoy es, según los nuevos tiempos, un Centro Cultural, abierto para todo los que se encarte, para todos los gustos; desde congresos, exposiciones, escenario mercantilista y político...  Ayer, su puerta y portería estaban cerradas al paso de aquel huésped desauciado y olvidado hasta por sus más fervientes seguidores. ¿No merece, al menos abrirle las cancelas y puertas en señal de dignidad espiritual y artística, cuando pasa entre ellas cada Sábado Santo?  

Sisi


El cortejo del Santo Entierro dejó matices para dar y regalar. Desde la presencia de los cofrades más pequeños del barrio de Santa Ana y Extramuros, a los que desde todas las corporaciones carmonenses se suman al funeral conmemorativo de su líder espiritual, al que llamaban el Galileo hace más de dos mil años. Por Santa Ana llegó yacente, hace medio siglo, de las manos de un artista tan admirado como desconocido entre sus paisanos: Francisco Buiza; vecino y nacido en el barrio de San Blas. Se alejan tambores de muerte. Arriba, la paloma y el quíquili regresan a sus mechinales. Sólo queda el vuelo de la última saeta.


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Pio


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