El apagón desde Carmona

     Sólo los que dispusieron de un kit de emergencia pudieron estar más tranquilos después de conocerse el apagón que ayer vivimos casi todos los españoles y parte de los del país vecino que compartimos península. Por Carmona, a partir de las doce y media del mediodía -minuto arriba, minuto abajo- la sorpresa, en principio no fue tal pues acostumbrado estamos al apagón sectorizado por distritos al que se acompaña múltiples e infinitas protestas a Endesa y lamentos municipales.

     La cosa pasó a calificarse de más preocupante, cuando las primeras informaciones apuntaban a una incidencia general en casi todo el país, lo que propició toda clase de elucubraciones. Entre la fantasía propia del lugar, se apuntaron:  desde un ataque cibernético con distintos protagonistas, desde Putin a Trump, pasando por Netanyahu y Zelenski, hasta un movimiento atmosférico desconocido de carácter extraterrestre.

         Los primeros en notar la oscuridad interior fueron los negocios de restauración y el comercio en general, ante la predicción gubernamental de espera para la normalidad con horquilla entre seis y diez horas. Así, pocos bares y salones comedores aguantaron el tirón mucho tiempo y fueron cerrando por goteo hasta el cierre generalizado. Fueron las primeras sensaciones que nos retrotrajeron a aquellas dolorosas y tristes jornadas de la pandemia.

     Entre una y otra situación, salvo en la excepcionalidad del hecho puntual, pero de incertidumbre ante lo desconocido, se produjeron situaciones para un análisis social a tener en cuenta para nuestros gobernantes, sean próximos o lejanos. Así, el apagón nos dejó en un primer fuera de juego para suplantar la cocina eléctrica –con mayoría de uso- por una de gas; un segundo órsay, la disposición de linternas de pilas para evitar el trompazo doméstico; y un tercero, la ausencia del transistor de toda la vida, con el que seguíamos la liga dominguera de fútbol, además de una información puntual sin cortapisas.

   Estas cuestiones para la supervivencia exprés nos llevaron a vivir una jornada en la que los supermercados -unos abiertos y otros cerrados- reprodujeron escenas Covid, con estanterías despobladas y ansiedad por la provisión de papel higiénico, entre otras. A ello se sumaron los bazares chinos y el líder del sector local, Paco Vago. Éste último, se quedó sin linternas en pocas horas, al igual que los comercios orientales en materia de infernillos de gas, con montaje instantáneo a pie de mostrador. Mientras, al atardecer, algunos vecinos ya asomaban por balcones y ventanas a contemplar el panorama… Sólo faltaron las palmas y el ‘Resistiré’.

     Sin luz, sin teléfono, sin Internet… sin cubitos de hielo, la vida no es la misma. De madrugada llegó la luz. Menos mal, porque tras la pandemia, las riadas, los apagones… uno no gana para sustos ni para enfrentarse con éxito a nuevos retos, sea por ataques cibernéticos, sea por sobrecarga fotovoltaica o sea por la carga del séptimo de caballería. Mirar cómo se va consumiendo una vela encima de la camilla, ver la oscuridad más absoluta en el barrio y oír la sirena de los Bomberos en busca de un contenedor en llamas son escenas para un drama no deseado. Ayer me acordé de Gaza.