Sobre una silla infantil: un paño blanco que la cubre. En el frontal: una estampa de la virgen. A su alrededor, flores silvestres cuya decoración deja la impronta personal del adulto asesor e, imprescindible, una bandejita limosnera para recoger los "chivitos". En conjunto, este pequeño y peculiar altar tiene en Carmona el nombre de maya. Con él, el primer día del mes de mayo los niños carmonenses se divertían calle arriba, calle abajo, pidiendo a los vecinos: "un chivito para mi maya". Aquel chivito, era el ochavo de cobre; moneda que con el paso del tiempo ha evolucionado a los céntimos de euro, cuya similitud sólo estriba en el recubrimiento del mismo metal. La chiquillería siguen la tradición.
Los cambios de esta fiesta ancestral de primavera se dejan notar en demasía. A aquellas mayas (niñas disfrazadas con atuendos florales) y a las sillitas de enea, se han incorporado en los últimos tiempos las cruces de mayo, por lo que la conjunción religiosa se hace más acentuada si cabe con la incorporación colateral de hermandades y tertulias de Semana Santa. Hoy, en Plazarriba, los pasos hacían la competencia a las mayas y marcaban itinerarios, incluso con bandas de cornetas y tambores.
Sin embargo, la antorcha sigue pasando de generación en generación, si bien con menos vinculación postulante, si con mayor creatividad en las composiciones florales que unen a familiares y amigos. Así, medio centenar de mayas formaron un singular arco de colorido primaveral donde las margaritas silvestres mantenían su supremacía. Desde el tablao, miembros de la entidad organizadora y de la Corporación Municipal presidían el desfile y otorgaban los correspondientes premios en sus diferentes modalidades. Abajo, los participantes dejaban detalles que no pasaron desapercibidos por nuestros objetivos, desde acompañamientos musicales a aguadores con el búcaro. Estampas de primavera.