Tenía Carmona unos siete mil habitantes, allá por mil cuatrocientos sesenta… Así, lo manifiestan Lería y Eslava, en su “Historia Universal de la Feria de Carmona” (2002), al referirse a los registros de concesiones de ferias por parte de la monarquía guerrera. La Carmona de hoy, con 30.852 ciudadanos censados, sigue llamando feria a la fiesta que sustituyó y evolucionó aquel mercado que la hizo relevante durante siglos. Los preparativos para la celebración no difieren mucho entre épocas, pues aún permanece el ritual del montaje de tiendas de campaña, carpas, exhornos y divertimentos varios como preámbulo festivo.
Este mediodía, el Real de la Feria presentaba una fisonomía esquelética, salvo en tres puntos con marchamos históricos concretos: La Plaza de San Antón, en la que su ermita pasa desapercibida para la mayoría de los feriantes; la estructura de la caseta del Casino de Carmona, formada por dos artísticas piezas que cumplen casi un siglo; y el fuste y columna del Paseo del Carmen, cuyo diseñador, Jaldón, señalaba ya en su época que la feria de Carmona “era demasiada feria”.
La Feria de Carmona del siglo XXI, tiene como casi todas las ferias andaluzas, su preferia, que ya ha comenzado. Por el Paseo del Carmen el ajetreo es permanente, desde el puesto de turrones al antiguo solar de la fábrica de aceitunas de Los Villa, pasando por el desaparecido ventorrillo del Rana. Decenas de casetas de carácter familiar, en su mayoría desmontables, bajo la gerencia de peñas y asociaciones, se acicalan con sus mejores galas, con el denominador común de un cielo de farolillos. A falta del toque final en las pañoletas, ya se prepara el guiso del día, como así se dispone en un reglamento nunca oficializado. Ni falta que hace.
La imagen del personal en tareas de fontanería, herrería, electricidad y decoración, se hace protagonista con carácter tradicional, al igual que la chiquillería de alrededor, ocupada en travesuras feriales. Por la calle, las barracas no necesitan de montaje especial, ya vienen con estructura móvil en su respectivas furgonetas o camiones, como la tómbola que preside desde tiempos inmemoriales la explanada del tablao de la música, sin música. La pintura toma colorido juguetero a lo largo del Paseo, por donde asoman los peluches a discreción, con presidencia doble de Epi y Blas.
La Calle del Infierno aún se muestra como muelle de ensamblaje. No obstante, el Tren de la Bruja siempre llega el primero como atractivo competitivo de un AVE que hace de las suyas a escobazo limpio. El Toro Loco ya muestra su cornamenta a la espera del revolcón, mientras los patitos reposan impacientes antes de flotar en una charca con premios… La preferia ha comenzado un año más. El pescaíto ya huele de lejos. Falta el encendido del alumbrado y los primeros compases por sevillanas: “ Decía mi abuelo, olé, olé / Decía mi abuelo, olé, olé / Decía mi abuelo / Que la vida hay que tomarla, que olé, de cachondeo”.