Como cada año por estas fechas, caigo en la tentación de recitar el universal “Romance del prisionero”. Sí, ese que comienza así: “Que por mayo era por mayo, / cuando hace la calor…” Pero este año con más mala leche que nunca. Ya hemos pasado de los cuarenta, no de edad -que ese cumpleaños quedó en las antípodas-, sino de grados centígrados, y precisamente el Día de Canarias, para mayor regocijo del que disfruta de las islas afortunadas, nunca mejor dicho a lo que a temperatura se refiere. En otras cuestiones, desgraciadamente, tan desafortunadas cuales Lampedusas atlánticas. Como nos queda tela marinera de calor hasta octubre, no estaría de más que los señores representantes municipales de la mayoría absoluta carmonense dispusieran del presupuesto y superávit adjunto para paliar la que se nos viene encima: Un sol de justicia, aunque ésta cierre en verano por vacaciones.
No seré quien se entrometa en cuestiones técnicas de los profesionales encargados de mejorar la calidad de vida en Carmona y hacerla más llevadera mediante proyectos refrescantes, teniendo en cuenta que somos más de treinta mil los residentes. Con lo que disponemos hasta hoy, el mejor consejo que se puede recibir es el de hacer vida nocturna. Algo parecido a lo acostumbrado entre nuestras entrañables pavanas: enroscarse de día, donde se pueda, y ganarse la existencia bajo la luna, esté en cuartos, media o nueva. Aunque llena será mejor, no la luna, sino la nevera, por aquello de la necesidad de la hidratación. Siempre se dice lo mismo cuando llega la calor, desde que tengo uso de razón: esto no lo hemos conocido nunca. Lógico, lo desconocido está por llegar, en este caso, como futuro incierto.
A los que les ha cogido desprevenido es al personal turístico, sobre todo extranjero de piel blanca. Los pobres, se tomaron al pie de la letra el castizo dicho de hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo y en la primera ola ya han visto a Pedro Botero camino del Cenicero. Algunos dan penita, con su botellita de agua en una mano, el mapa en la otra, el cutis asalmoneteado, el bufido académico, los calcetines supertobilleros, las sandalias cangrejeras… entre otras características propias del extraviado en el Desierto de Tabernas, a las que buscan como locos. Por ellos, que son los que dejan los dineros los fines de semana, más que por nosotros, que los ponemos de toda la vida de lunes a domingo, habría que ofrecerles servicios acordes con la temperatura reinante, sofocante y presente hasta la otoñá, que dirían por el Jerte.
De momento, salvo imprevista glaciación, los guiris han de conformarse, con los toldos de la calle Prim, las sombrillas de Cruzcampo, el sombrero de Paco Vago, el abanico de ídem y pare usted de contar. Para los de andar por casa, los toldos callejeros fueron señal de exclusividad de señoritos que nunca se colgaron en los barrios. No obstante, aprendimos a sobrevivir junto al cercano búcaro, la garrafa en el pozo, la parra bien cubierta, los ladrillos escamondaos de San Mateo y el jergón en la azotea. No se crea que esto es temática arqueológica. Es contemporánea, de hace tres días y medio. Lo que pasa es que el búcaro, el pozo, la parra, los ladrillos y el jergón sirven hoy de elementos decorativos y atractivo turístico. Lo peor llega cuando se produce el apagón, en plena ola de calor, y no existe manual para recuperar lo que perdimos.