EL MATACÁN: Que cante la chicharra

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Chicharra


Que cante la chicharra


No sé por qué la gente se queja tanto  de la caló, si todavía no canta la chicharra. A ver: ya le hemos dedicado un reciente matacán, “Cuarenta de mayo”, al personal forastero. No obstante, como los lamentos prosiguen, toca obligada dedicatoria al paisanaje tras superarse, día tras día, los cuarenta grados con tres corpus seguidos: el de santa María, el de san Pedro y el de san Antón. O cambiamos de fechas o terminamos con costales a la funerala. Esto no lo aguanta ni los infantes, ni los musculosos veteranos, ni los portadores de guante blanco de la tercera edad. Señor neo arcipreste: tiene usted tarea por delante para encauzar entuertos y poner orden a una situación desbordante. La caló no entiende de concilios ni consejos de hermandades. La salud está antes que cirios y marchas. Más vale orar al fresco del Patio de los Naranjos que junto a los cipreses de la avenida de San Teodomiro.


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Esto en lo que a lo espiritual se refiere. En lo terrenal y laboral, andamos algo mejor, pero así, así. Con todos los achacales de seguridad disponibles en las ordenanzas del trabajo, los obreros tienen, o deberían tener, un plus de peligrosidad por la caló. Más bien un non plus ultra, si nos referimos al sector Bomberos. En otras profesiones más comunes, por ejemplo, la muy demandada y no encontrada, como la de albañil, la jornada laboral se modifica para no coincidir con horarios infernales. Lo mismo ocurre con aquellas que obligan a los currantes a permanecer en la calle en lucha constante con los rayos del temible Lorenzo, del que nos acordamos a bien, sólo cuando estamos bajo cero, y el perro, cuando busca la sombra allá por febrero.


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Como en toda disquisición, la excepcionalidad también se hace patente en esta de la caló. Porque dígame   usted, si es lo mismo trabajar sobre un tejado a las doce del mediodía por Fuenteviñas, que de socorrista en una piscina comunitaria de Sotogrande. Aunque, a decir verdad, y como dice la copla de Jarabe de Palo: “Todo depende”; una expresión que se está perdiendo como argumentación propicia a la reflexión y el diálogo entre tertulianos. Pérdida irreparable ante la cerrazón imperante en el actual panorama social, donde el blanco es blanco, el negro es negro, dos más dos son cuatro… Y se nos olvidan los matices de todo lo que nos rodea, incluida la expresión de que las matemáticas no son exactas, cuando se trata de su aplicación a una realidad concreta.

 Filosofías al margen, hasta la caló se puede matizar. Lo digo porque, hasta hace poco no pude diferenciar entre Climatología y Meteorología. La una como ciencia exacta del clima sobre un tiempo prolongado, y la otra como estudio a corto plazo. Dicho esto, bajamos a lo cotidiano para salpimentar la caldera atmosférica y el horno que disponemos a nuestros pies, sea de asfalto, adoquín, enlosado, piedra, hormigón… A modo de gazpacho, apetecible y sin competencia puntual, apuntamos algo del refranero. Por razones gastronómicas; Sandia y melón, qué buenos para el calor. En julio al mucho calor, ajo blanco y melón. Después de San Juan, caracoles no comerás. Y siguiendo el santoral, como bienvenida a don Genaro: Por San Fermín, el calor no tiene fin. Por San Alejandro, el calor se va notando. Por San Urbano, el calor hasta en la mano. Y de cosecha local: En julio y agosto, aleja el porcino y acerca el pepino. Del Alcázar a la Alcantarilla no te olvides la sombrilla. Sin aceite de oliva, se fríen huevos en Plazarriba… Y sigue sin cantar la chicharra. 


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