EL MATACÁN: Por Santa Ana

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Por Santa Ana


     Habíamos quedado entrar en Carmona por el portillo de Pica Puercas y juntarnos al pie del castillo del Vinagre Arruinado, sitio de escasa vigilancia o, al menos, así lo informó nuestro confidente. Hartos de tanto drama y condiciones de miseria, hemos urdido un plan para dar un primer golpe en el convento de Santo Domingo y, si éste se nos da bien, rematar faena en el Molino Marrueco. Somos media docena de jornaleros pobres, de los que, hambrientos, duermen en el suelo, comen de vez en cuando pan y gazpacho, cuando nos llaman los aperadores, y poco más que añadir en la talega de la infelicidad. La mendicidad, el rebusqueo, los pequeños hurtos de subsistencia y la continua huida de los alguaciles son motivos más que suficiente para pasar a la acción y no engrosar la lista de los centenares de pobres de solemnidad que cuenta Carmona desde hace décadas, según afirma la autoridad y recoge el catastro.


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   Poco a poco, fuimos partícipe del ambiente del Ventorrillo, frente a la Calle del Brabo. Entramos espaciados, de uno en uno, menos el que suscribe -con tintes de escribano- junto al Bonete que, acorde a su apodo, presentaba aspecto más próximo a clérigo dominico y viejo ermitaño. Sabíamos de antemano que a la hora fijada habría juerga a cargo de campesinos, yunteros, pegujaleros y pequeños propietarios para celebrar, con bolsa realeña, el final de la recogida de aceitunas. La también presencia jocosa de algunos gallegos y portugueses, asiduos por la temporada del cereal, propició, sin sospechas de criminalidad, la reunión completa de los seises en torno a una mesa al completo con Gagalástima, Fatiga, Malaleche y Pavana.


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     Con más cara de muertos de hambre que de otra cosa, pasamos algo desapercibidos en el local que, entrada la noche, ya presentaba los primeros síntomas de la ingesta de los caldos de la Viña de la Compañía. Poco a poco, con ánimos caldeados, oímos chanzas, seguiriyas y cuerdas solemnes: “A todos nos han cantado / en una noche de juerga / coplas que nos han matado…”. Toqué madera. Mientras ultimábamos la operación de asalto con cierta prudencia, las garrafas y vasos iban y venían de mesa en mesa. Los efectos no tardaron en aparecer. Ni el ventero llevaba la cuenta de las arrobas consumidas, ni nosotros reales para pagarla. Así que, a duras penas, escurrimos el bulto como pudimos para proseguir a paso desafiante y desequilibrado por la calle de Santa Ana, hasta alcanzar el muro norte del convento. Casi a la amanecida, Pavana se hizo con el mando de la operación y nos enfiló hacia el portillo lateral de la sacristía. Con menos visión que Pepeleches, avanzamos agachados, uno tras otro, mano en hombro cual formación soldadesca.

  

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     Del otro lado del portón, a viva voz, y en tono exclamativo y autoritario, se dejó oir: ¡Por fin, ya está aquí el personal! Sin posibilidad de maniobra a la fuga, Pavana contestó temeroso: ¡Aquí estamos, pa lo que usted mande!  Cabeza gacha, sin mirar a más altura que la del mosquetón, fuimos recibiendo faena:  De entrada, a siniestra, medio real, y a diestra, una hacheta encendida, y colgaduras cofrades. Por juventud manifiesta, recibí la cruz parroquial y un plus monetario. Los seis nos miramos frente a frente. No dijimos ni pio. Asumimos sin más, el papel de plañideros e hicimos en cortejo la genuflexión ante la capilla del Sto. Christo de Acedía, camino de la prioral. Tras el milagro y acertada reflexión, fundamos la primera empresa funeraria carmonense: “El Purgatorio”. Desde entonces, hacemos descuentos para pobres de solemnidad.


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