Como le prometí a tito Tomiro que le acompañaría a la playa el día de su santo, preparo los achacales para disfrutar de la jornada. Llevo casi de todo. Como primera prenda, el bañador tipo bóxer, naturalmente holgado por aquello del mondongo y trasero voluminosos que, si bien no llega ha resaltar modelo hercúleo, sirve, al menos, para recomponer estampa clásica y plebeya. Como segundo atavío, y fiel a la escuela filosófica pragmática, de la que recuerdo aquella premisa del “Cuida el jardín de tu mente, el pensamiento que riegas, crece”, colocado está el sombrero. Es Panamá, hecho a mano en Ecuador, de fibra vegetal con protección solar UV factor 40, que mantiene el vergel o mollera fresca. Me lo recomendó Verruga, dermatólogo de prestigio, con licenciatura y master en la popular y famosa Universidad Francisco Marroquín (UFM).
Del ropero llevo poca cosa: un par de camisetas publicitarias regalo de empresas del barrio -“Neumáticos Carantigua” y “Restaurante Mascajaba”-, además de camisa puesta. Aquellas, de poliéster reciclado, para encorsetar palmito entre mareas. Mientras que ésta, de paganini, luce estampado tropical, de puro algodón, muy transpirable y de origen indio, con la que se marca estilo en visita al chiringuito “El Pijorro”. Lo mismo dispongo de dos piezas en el apartado de chancletas: La uno, la de toda la vida, de goma, con tira sostén del pie hasta el dedo gordo, salvo imprevistos cangrejeros; la dos es más sofisticada, de rafia, tipo sandalia, con suela de poliuretano termoplástico y forro de ovino. Ni que decir tiene que estoy en duda si llevarlas, no se me vayan a estropear. Me las recomendó mi vecino Sandalio.
Continúo los preparativos del arsenal playero, en cuanto a complementos se refiere, como el protector solar, cuyo nombre me presenta dificultad de pronunciación salvo consulta a criptoanalista. Por si acaso está usted entre este grupo de especialistas, le paso el producto: “Anthelios UV-MUNE 400 50 + de La Roche-Posay”. Le siguen, las adorables toallas. Llevo un par: una de algodón egipcio, con capacidad de absorción única para uso exclusivo nada más que salir del agua; y otra, más endeble, tipo cobertor casero sobre la que se deja uno caer para disfrute del sol o de la siesta. En este caso, la recomendación del producto llegó de mi vecino Sombrilla. Al hilo y mención de tan imprescindible paisano y utensilio, no hay que confundirlo con el parasol o el paraguas. El mío es sombrilla auténtica, de color negro, siguiendo los cánones clásicos de la termodinámica. No obstante, la última vez que la desplegué, media playa se acercó a darme el pésame.
Completa el parque logístico de la jornada: la bolsa arcoíris reivindicativa, las gafas de sol con lentes azules, la nevera unipersonal, la tumbona plegable de eucalipto, el botiquín de primeros auxilios…y la cartera llena, bien en metálico o en plástico. En ello andaba cuando suena el móvil de tito Tomiro: “El coche no arranca. Creo que es de la puesta en marcha. Así que llama a Grúas Orozco y que recoja el Elysée a la altura del charco-piscina de la Ronda Norte. Allí nos vemos". Dicho, hecho y con cambio de planes. Nos subimos en la estilizada Gamberra con la que iniciamos una ruta hostelera desde “El Papelón” a “La Chicotá”. Nos remojamos a la carta por dentro y por fuera, sin retenciones de carretera, sin controles de alcoholemia, sin arena en la tortilla, sin medusas, sin picapicas, sin salvavidas, sin sablazos… Ya de noche, sólo echamos en falta las luminarias y ministriles en honor del patrón de Carmona. Otro año será, Tomiro.