Pedro de la Lastra, un pintor senderista del arte

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Pedro de la Lastra, un pintor senderista del arte


     Nos hemos cruzado con Pedro en numerosas ocasiones paseando por caminos del escarpe de Carmona, disfrutando de ese paisaje que inspira a cuantos sienten la necesidad interior de crear, sea con recursos plásticos, sonoros, literarios…  Los encuentros han ido a menos, por aquello de que los años no perdonan, así que, en esta ocasión, la coincidencia la hemos sustituido por una cita personal bajo techo.


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     El lugar no podía ser otro más que el estudio de trabajo del artista, ubicado en su hogar, en una estrecha callejuela céntrica de la Carmona antigua. Desde su entrada, el arte impregna cada rincón y te engulle sin escapatoria. No da tiempo a la observación reposada de los detalles: sombras, luces, vegetación, cerámicas, peldaños… un escenario único para que la obra pictórica brote con adicionales argumentos para la inspiración.

 

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     Sentados junto al caballete que preside la estancia de trabajo, Pedro –después de insistir en no sentirse modelo para fotografiarlo, pero que al final accede por la persistencia- nos va desgranando su trayectoria vital a golpe de un sugerente intercambio de interioridades. Su nombre completo es Pedro Bernardo de la Lastra Sancho. Siempre lo conocimos como Pedro de la Lastra, lo de Bernardo y Sancho nos suena a novedad, y nos aclara en el ámbito antropónimo que “los dibujos los firmo con Bernard”. Entre risas, un touché.


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     Con un primer acto de argumentación personal, Lastra da respuesta a una cascada de cuestiones entre alguna que otra carcajada por los recuerdos. “Nací en la calle Miguel Cid, de Sevilla, cerca de la Plaza de San Lorenzo”. Recalo en Carmona “tras conocer a Carmen, mi mujer -carmonense de nacimiento- cuando éramos estudiantes de Medicina, carrera en la que me metí por recomendación de mi abuela, que terminé y ejercí por poco tiempo con el objetivo de conseguir la titulación de Psiquiatría. Llegué tarde”. La especialidad siempre fue refugio de los artistas, compartimos con sorna.


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     Un segundo capítulo lo abrimos con su afición a la pintura como primer legado familiar de un tío, a la que siguieron los primeros pasos junto a su hermano “que me llevaba a pintar paisajes”. De ahí, se inició su participación en exposiciones de otoño y primavera, y en realización cursos monográficos sobre grabado y colorido en escuelas privadas. La evolución artística de Pedro es dinámica y transgresora. Y se auto inculpa: “El fallo es mío. No he seguido una línea. Quizás he fluctuado mucho. De lo figurativo pasé a investigar nuevas técnicas y materiales. De un lado a otro. He expuesto trabajos en un espacio de cinco años y parecía otro pintor. Ahí me equivoqué”.


     No hubo equivocación, más bien un acierto, reflexión que no deja dudas cuando nos recreamos ante una antológica muestra de su obra que nos invade alrededor y se hace explosiva con trazos tan profundos como los surcos de una tierra cercana, lindera entre caminos y veredas. Desde el puente de los cinco ojos, por tierras del Derramadero - “al que se lo han cargado, hablando en plata”-, hasta la última barca artesanal de pesca en el sevillano Guadalquivir, fluyen lienzos y tablas en el que se hace notar una premisa: “Me gusta más el paisaje que el monumento. Me inclino por lo exterior. La piedra me cansa un poco”.


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     Sin embargo, el espectador hace de apuntador en el escenario para poner de relieve una peculiaridad trascendental de la pintura de Lastra, la interioridad de los modelos reflejada en innumerables obras. Así, el torero y su intimidad fuera del ruedo, el mundo del toro en general, los retratos y los grabados -que ha dejado de realizar “por la exigencia de capacidad visual”, conforman un mundo natural en el que declara: “Pinto a mi aire, en busca del pensamiento interior. No soy hiperrealista”. Así, entre hipérboles artísticas y chascarrillos de ocasión, Pedro confiesa sin tapujos que de su obra la gente ha opinado de distinta manera, “desde que al le gusta, al que me califica de que soy muy malo o que soy carero”. 


Punete


     Su visión de la pintura actual es hipercrítica: ”La pintura ha pegado un bajón impresionante. Las nuevas generaciones se pasan la pintura y el arte en general por el forro. Vas a casa de gente joven, profesionales de 20, 30 y 40 años -ganando su buen dinero- y no ves arte. Ves una televisión de 200.000 pulgadas, telefonías, aparatos electrónicos… y, en las paredes blancas, no ves un cuadro”. Como contrapunto a esta visión, responde a la pregunta sobre a quién considera el mejor pintor de Carmona más allá del territorio próximo, y con rotundidad manifiesta, sentencia:” Fernando García. Es una maravilla. Carmona no sabe lo que tiene”.


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     De vuelta al sendero que nos lleva a casa, el barrio refugio de Pedro de la Lastra deja estela de arte: A escasos metros donde nació Arpa; entre recovecos de cal, la sombra de Valverde Lasarte y de vigía en el Postigo, Manolín Fernández. ¿Alguien da más?  


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