Bajamos, como casi cada año, al territorio del Chencho en busca del Camino de las Cabras, en cuya explanada y cruce de senderos reposan los restos de miles de carmonenses, bien de muto proprio o por decisión familiar. Es el cementerio de San Teodomiro desde 1971, cuya adaptación a los nuevos hábitos sociales, dispone ya, tanto de albergues para el cuerpo como para las cenizas. Los tiempos cambian, incluso en la celebración funeraria que, al unísono, compite con las extravagancias foráneas de Halloween.
Hoy, las puertas del recinto se han abierto para visitas de los que tenemos la suerte de estar vivos. Y la tentamos… a ver si nos toca el cupón en día tan señalado. Arriba sigue el cancerbero de cuyo nombre no me acuerdo; único animal que compite con los recuerdos de tantos familiares y conocidos con nombres y apellidos. Animada clientela en el tradicional puesto de flores en el que hay hasta cola para hacerse con un ramo. Aún es temprano y podemos elegir entre las margaritas de a tres con cincuenta y las sofisticadas rosas de a cuatro euros la unidad.
Los visitantes no pueden eludir la transmisión de pesadumbre en el rostro nada más traspasar el patio que sirve de antesala a los columbarios. El silencio reina por doquier y los saludos no son tan efusivos como en el exterior. Algún despistado busca de manera infructuosa al sepulturero, que no da abasto a la demanda de un público extraordinario. Otros, por la infrecuencia de la visita, han perdido el norte y el lugar del nicho familiar. Sin embargo, los hay expertos en localización y dan referencia exacta del lugar del enterramiento.
El rito pasa por la limpieza de la sepultura y sus proximidades, para a continuación repasar algún desperfecto y la colocación de los ramos en los correspondientes floreros, aunque, cada vez más, los centros florales alcanzan protagonismo en los pasillos entre cuarteladas. Un último e íntimo acto de recogimiento sirve de despedida frente a la sepultura.
Asimismo, los panteones dejan sobre el paisaje testimonio de diferencias humanas hasta después de la vida. También los reconocimientos honoríficos individuales o colectivos son objeto de atención en el camposanto: hijos predilectos, defensores de la libertad y la democracia…
Por la vía central, se hace visible una puntual y selectiva jardinería colorista, mientras a diestro y siniestro las primorosas faenas se despliegan sin cesar. La vuelta al aparcamiento, ya atestado de vehículos, nos devuelve a una realidad más optimista. Se nota en los semblantes. Inclusive como último acto solidario, en pro de hacer méritos hacia la eternidad, adquirimos un calendario santoral que se nos ofrece bajo los cipreses.
La tarde cae en post de la nueva simbiosis entre la tradición y lo festivo. La máscara, la calabaza y los zombis toman el relevo: la vida y la muerte se dan la mano. En noche cerrada por calle Prim, un viviente disfrazado de esqueleto porta una enorme guadaña. No ha habido suerte con el cuponazo. Con terminación en 19 sólo ha dado premio simbólico de fe… pero seguimos vivo.