Lo de la nevada del otro día en el Paseo fue todo un magno acontecimiento de los que nos tiene acostumbrado este Gobierno Local. Boquiabierto me quedé cuando, cercano al puesto de churros de La Bella, una bestia lanzaba por sus fauces copos de nieve a destajo entre murmullos continuados del gentío. Con destreza, un operario manejaba el artilugio que, en pocos minutos, entoldó la atmósfera de copos textiles más bien grises que níveos. Frente al Teatro, el teatro popular alcanzaba su máximo esplendor y jolgorio cuando las luminarias se encendieron a lo largo del bulevar. Sólo faltó la banda de música. No obstante, la enlatada suplió a la real y se pudieron oír, a medias tintas, los himnos de rigor. El andaluz, coreado en parte por el respetable, y el nacional, con algún que otro lolo, lolo… hasta el chimpún final.
El programa se completó con la proyección, según cuentan las crónicas, de un video mapping sobre la fachada del noble edificio de la tragicomedia carmonense. Embobados, la generalidad de los congregados -incluidos personal de uniforme y mono de trabajo- contemplaron atónitos las ilusiones ópticas del espectáculo que da vida a lo irreal con mucho arte. Al parecer, el espejismo se ha instalado en Carmona en los últimos tiempos y el auditórium se ha acostumbrado a considerar lo real como ficticio y viceversa. De hecho, más de un paisano, al percibir los primeros ampos de la bestia ya fraguaron la idea de levantar un muñeco de nieve junto al puesto de Lola. Inclusive hubo algún parroquiano popular propicio a que el ‘Copito’ fuese inaugurado por el alcalde para mayor solemnidad.
Al margen de anécdotas propias del calentamiento cerebral del personal por estas fechas, hay que recordar con rigor científico e histórico lo célebre de nuestras nevadas, porque haberlas las hubo, aunque de momento no haylas. Sin ir más lejos, la del 54 fue de la que dejó una huella imborrable. Hasta los leones de la fuente tuvieron durante la jornada una capa blanca de varios centímetros sobre su lomo y cabeza. La Alameda de Alfonso XIII y Paseo de José Antonio dispusieron de sendas pistas de eslalon para los más atrevidos, aunque, a decir verdad, muy pocos consiguieron llegar a la meta en la fuente del pato. La más cercana y última fue la de 2010; no alcanzó la copiosidad de su antecesora, pero consiguió despertar añoranzas en los más viejos del lugar y, a los más jóvenes, la oportunidad de hacer a trancas y barrancas un muñeco en Plazarriba, con zanahoria nasal incluida.
La próxima, de momento, no se le espera, salvo que, ante el éxito de la del pasado noviembre, se repita de nuevo y de manera artificial en lugar patrimonial o a lo largo de vía emblemática. Anonadado por tan efímera fantasía, ensimismado por tantas luces, y abrumado por la infinidad de guirnaldas y cascadas, me decanto por poner los pies en el suelo y pringarme en la opinión. De todos los tipos de nieve -desde la de polvo a la de costra-, la de mayor incidencia y prestigio en Carmona es aquella que, por un lado, y por regla general, dura poco, pero como caiga con energía, mejor ni asomarse al zaguán. Por otro, es la favorita de menores, jóvenes con permiso y adultos. Para aquellos, una delicia picotearla con pajita hasta absorber todo el jarabe; para éstos, toda una liturgia combinada, propia de civilización histórica trimilenaria que sabe elegir y degustar margaritas, mojitos y daiquiris. Sobran todas las nieves y nevadas, lo nuestro: la granizada.